13 de enero de 2012

Murfi

 

          La conocí hace un par de meses en una fiesta y enseguida me cautivó. “Me llamo Violeta”. Hasta el nombre me cautivó. Intenté acercarme y -sorpresa- ella fue muy receptiva a las evidentes señales que delataban mis aún más evidentes intenciones. A los pocos días comenzamos a salir. Rápidamente todo fue viento en popa, ella me decía que le gustaba mi compañía y a mí me gustaba la suya. Si no estábamos juntos, pasábamos horas pegados al teléfono. Lo típico cuando estás iniciando una relación. A ti te pasó con el Alberto, ¿no? Recuerdo que no te veía el pelo, siempre estabas con él. A mí también me pasó con ella. Increíble que todo cambiara con el cumple de mi abuela. Sí, tío, la idea era hacer una pequeña celebración en casa de la abuela ese día sábado. Claro, ella ya está mayor y a estas cosas tienes que asistir sí o sí. No puedes decir que no, ya me entiendes. Pensé que era muy pronto para que la familia conociera a Violeta, así que no la quise invitar. Siempre que nos juntamos los primos en casa de la abuela la cosa se alarga hasta altas horas de la madrugada, de manera que preferí decirle a Violeta que no nos veríamos ese día, pese a que ella había invitado a una fiesta en casa de una amiga suya. Pensé en estar un rato con mis tíos y primos y después ir con ella a esa fiesta, pero al final escogí la opción familiar, como no los veo nunca…

          No sé qué les pasaba a todos esa noche, pero en ningún caso había el ambiente que suele haber en cada reunión de familia. Como que todo el mundo tenía sueño, estaban cansados, mi madrina tenía la cara de 2 metros y no le podías ni hablar y mis primos, los de mi edad, se ve que la noche anterior se habían ido de fiesta y esa tarde estaban con el resacón de los mil demonios. Así que ni cerveza bebieron. Agüita, ibuprofeno y poca cosa más. Vaya fiesta de cumpleaños. Acabó pronto. Sí, pensé en irme a la fiesta de la amiga, pero Violeta es hippie (ya sabes que me gusta mucho ese rollo así como despreocupado) y no tiene móvil. Claro, le parece una forma de control y dice que nunca va a tener uno, aunque yo sé que tarde o temprano terminará cayendo. Todos caemos. La cosa es que no sabía dónde era la fiesta y tampoco tenía forma de ubicarla.

          Decidí irme a casa, a leer o a tocar un poco la guitarra antes de dormir. Vaya fiasco de sábado por la noche. Pero mira, cosas del destino, cuando iba a coger el autobús, sonó mi teléfono y era la Claudia, nuestra compañera de clase. Me comentó que habían quedado unos 3 o cuatro compañeros -tú incluido- en el bar de siempre. Me animó, la verdad, así que decidí cambiar el rumbo y fui a juntarme con vosotros. Llegué el primero (la casa de mi abuela queda a sólo 20 minutos del bar) y después llegó la Claudia. Pedimos una cerveza cada uno esperando que pronto aparecierais los demás. Ya, ya me dijiste que el Alberto no te podía acompañar y te dio pereza ir solo. Pero tío, el puto destino es así, ya te digo. Que tú y el maricón del Alberto, que la Cristina y sus putas jaquecas premenstruales. Pero el peor es el Nacho, qué hijo de puta, se le queda sin batería el puto "automóvil" (ya sabes que así le llama a su mierda de chatarra con ruedas) ¡y el maricón no puede coger el metro! ¿Dónde se ha visto? No, si ya sé que el destino está escrito. Y la Claudia y yo esperando como idiotas en el bar. Bueno, igual ella es simpática, así que me lo estaba pasando bien escuchando sus historias de chica pija que se quiere hacer la indignada con el sistema. Es divertida ella. Tiene cada historia, te las recomiendo, te reirías mucho. La cosa es que pasó nuestro amigo el paki, el que siempre pasa por ese bar. Por cierto, no es de Pakistán, es de Marruecos. Sí, se lo pregunté. Sí tío, ese, el de la “rosa, rosa, un euro”. No sé a qué coño va a ese bar si nunca nadie le compra. Yo iba con el dinero justo para un par de birras, pero el puto marroquí se quiso hacer pasar por latin lover y le dejó una rosa de regalo a la Claudia. Yo creo que le gustó que nos interesáramos un poco por su vida.

          La cosa es que ahí estábamos, la Claudia y yo solos en un bar, riéndonos felices de la vida con sus historias. Ella –ya sabes que la Claudia no es nada fea- con una rosa en la mano, contándome cómo consiguió acostarse con el presidente del centro de alumnos, poniendo caras de chica súper coqueta reproduciendo la escena con el tío ese, y va y llega Violeta, mi Violeta, con dos amigas, la veo entrar, ella me ve nada más entrar (maldita mesa cerca de la puerta), me mira por segunda vez como para confirmar que era yo –sí, joder, era yo-, mira a la Claudia, mira la rosa en su mano, me mira otra vez, se da media vuelta, choca con sus dos amigas que venían detrás, que también se giran extrañadas y las tres salen del bar.

          No te rías, maricón, la llamé quinientas veces y su madre se cansó de decirme "Violetita no quiere hablar contigo". No la volví a ver. Maldito destino. Sí, el puto Murphy y su ley existen. Claro que existen.