15 de diciembre de 2011

Promesas cumplidas


Víctor siempre fue el primo loco de la familia. Siempre estaba tonteando y sacando de quicio a sus padres, mis tíos. A Víctor siempre le gustaron 2 cosas: Las motos y las armas. De pequeño le gustaba cazar insectos con artefactos que él mismo fabricaba y recuerdo que fue él quien me dijo de poner un envase de yogurt aplastado en la rueda trasera de la bici para que sonara como una moto cuando giraba. Por toda su historia de niñez y adolescencia, a nadie le extrañó que apenas tuviera edad y dinero suficiente se comprara una Yamaha de 250 cc. Corría como el viento, según sus propias palabras. Y claro, tampoco nadie le quitó de la cabeza su decisión de comprar una pistola calibre 22 de segunda mano que debidamente se encargó de registrar y aprender a usar.

Para esa época ya llevaba tiempo saliendo con Evelyn, su novia de siempre. Juntos llegaban a comer a casa de la abuela los domingos y contaban historias de viajes que hacían en la moto. Se les veía encantados con su vehículo, sí, pero por otra parte, a ella nunca le hizo gracia que Víctor portara una pistola cada vez que estaba con ella. Temerosa por el carácter explosivo de mi primo, ella tampoco se atrevió a decirle nada.

Un día, desgraciadamente, ocurrió lo que supongo que todos esperábamos pero nadie quería que pasara: Mientras iban a casa de ella, un taxista se les cruzó en su camino, saltándose el semáforo en luz roja. El error de Víctor fue haber ido a 80 kilómetros por hora en una calle en la que debía circular a 50. ¿Consecuencia? Evelyn, como normalmente sucede con los acompañantes en las motos de velocidad, salió volando por encima del vehículo y cayó lastimosamente en el pavimento. Mi primo quedó herido de gravedad, pero nunca estuvo en peligro de muerte. La ambulancia llegó a los pocos minutos pero, aunque la actuación de los médicos fue efectiva, Evelyn quedó en coma.

Cuando los fuimos a ver al hospital, él repetía una y otra vez entre llantos y desconsoladamente solo 2 cosas: Que nunca se perdonaría lo que le había hecho al amor de su vida y que buscaría al taxista hasta encontrarlo y tomar la justicia por su cuenta. Mientras estaba en el suelo tras el accidente, pudo ver y memorizar la cara aterrorizada del conductor del taxi. En mi relato he olvidado acotar que una vez ocurrido el choque, el taxista no tuvo otra idea que salir huyendo de la escena, por lo tanto, nunca hubo juicio ni nada con lo que se pudiera establecer la responsabilidad de los hechos.

Con el paso de las semanas, Evelyn salió del coma, aunque los médicos auguraron que se pasaría el resto de su vida en silla de ruedas. Pese a esto, ambos pudieron rehacer sus vidas y continuaron juntos. Hasta que ocurrió lo que otra vez nadie quería que pasara.

Saliendo un día del trabajo, Víctor se fue a tomar unas copas con compañeros de la oficina y festejaron hasta altas horas de la noche. Como el transporte público a esa hora no es muy confiable, se le ocurrió tomar un taxi para volver a casa. Ya podrás suponer lo que pasó. O más bien, ya podrás suponer quién iba conduciendo dicho vehículo.

Víctor lo conoció enseguida. Se puso muy nervioso y comenzó a sudar frío. El chofer, evidentemente, no lo había reconocido y lo trataba como a un pasajero cualquiera, preguntándole qué tal el trabajo y la vida. En la cabeza de mi primo se mezclaron todas las imágenes que ya parecían olvidadas, aquellas imágenes que le cambiaron la vida un par de años atrás. Se le vino a la mente la cara de Evelyn antes del accidente e inmediatamente la reemplazó por la de ahora, la cara de aquella mujer postrada en una silla de ruedas con la mirada perdida durante largos pasajes de su día a día.

Víctor decidió acometer lo que siempre prometió. La rabia, impotencia, dolor y frustración son malos amigos a la hora de tomar decisiones importantes, aunque creo que nadie puede culparlo por no haber mantenido la cabeza fría en ese momento.

Con las manos sudadas por el nerviosismo empezó a desesperarse en la búsqueda del arma. Ciego de ira la buscó en su maletín sin éxito, pasando a los bolsillos del traje barato que hace poco había comprado para poder trabajar vendiendo seguros. Tampoco la encontró, y en ese momento se acordó de la promesa que le hizo a Evelyn una vez que ella salió del hospital: Se desharía de la pistola. Efectivamente, se encontraba en el asiento trasero del tipo que cambió su vida decidido a cumplir lo que se había prometido a sí mismo, pero en ese momento se dio cuenta de que el amor por su mujer había sido más fuerte. Entre las promesas que hizo, cumplió la que le hizo a ella.

Blanco y casi sin voz, hizo parar el taxi, pagó lo que debía y decidió caminar un rato, hasta que se calmaran las emociones que estaba sintiendo. Llegó a casa después de 3 horas de caminar, llorando y con la cabeza rota de tanto pensar. Se quitó la chaqueta, se metió en la cama, abrazó a una Evelyn dormida y le susurró al oído: “He matado al taxista”.

2 comentarios: