5 de mayo de 2011

El As bajo la manga



Esa noche iba a ser una gran noche. Llevaba esperándola varios días, preparándome incluso mentalmente. Si quieres ser el mejor en algo, tienes que demostrarlo en las grandes ocasiones. Y esa era mi ocasión. 


El póker se ha metido en mi vida como una mala droga y ahora no me deja en paz. Vivo por y para el póker. La adrenalina que te genera es indescriptible. No se compara con nada que haya conocido. En varias sesiones he demostrado ser de los buenos, pero esa noche, frente a ESE contrincante, tenía la oportunidad de demostrar que soy el mejor.

Una mesa redonda, 5 jugadores, un crupier, mucho dinero en juego y las cartas echadas. 3 de los jugadores tenían experiencia, pero no estaban a mi nivel ni al de mi experto contrincante. Eso se notó rápidamente en las primeras manos, en que, o bien se retiraban, o bien intentaban juegos de distracción, sin éxito, por supuesto.
La sala se llenó rápido del humo de los cigarros, creando esa atmósfera tan conocida y tan característica de este juego. Las copas del whisky corrían y los nervios de todos parecían estar hechos de acero. Sólo uno llevaba esas gafas oscuras que intentan mantener tu rostro inexpresivo. Lo que no saben ellos es que, en esos momentos, todo tu cuerpo habla: cómo mueves las manos, cómo te sientas, cómo ajustas los hombros, etc. La más mínima mueca de tus labios te delata y yo me he convertido en experto lector de esas señales. Es parte de la estrategia ganadora, claro.


Varios miles de euros se habían jugado ya pasadas unas 2 o 3 horas. La noche estaba siendo grata para mí, sin duda. Había sido cauto cuando correspondía y agresivo cuando vi la oportunidad de atacar. Todo me había salido a pedir de boca. ÉL también demostraba que es un ganador nato. En cada mano se notaba su experticia y no dejaba lugar a dudas en cuanto a sus capacidades y posibilidades de juego. Si no podía atacar, se refugiaba; cuando se veía acorralado, intentaba escapar por otro sitio y siempre lo conseguía; cuando se le daban todas las cartas para hacer fácil la cacería, lo hacía sin vacilar. Sí, era admirable, la verdad. Pero yo no decaí en la intención de hacerle un poco más difícil la partida.


Llegados a la mano clave necesité todas las habilidades de las que era poseedor. La apuesta inicial era muy alta, unos 2000, pero con las cartas que me había tocado, no dudé en igualar y poner sobre la mesa unos 500 más. Uno se retiró enseguida y los otros dos igualaron la apuesta con unas dudas muy evidentes. ÉL no se inmutó, igualó mi apuesta y puso sobre la mesa 1000 más. Los otros dos desistieron y abandonaron. El As en mi mano acompañado de una Jota de corazones, que a su vez hacía par con la Jota de tréboles que había en la mesa, reforzaban mi seguridad. Decidí igualar la suma y poner 1000 más, quemando todos los cartuchos de los que disponía. Llegado el último momento y en caso de extrema premura, estaba dispuesto a utilizar el As bajo la manga, con el que hacía 2 pares imposibles de igualar. Pero ÉL o tenía una jugada maestra o pensaba que lo mío era un farol, porque sin mover una ceja igualó mi apuesta y puso 1500 más para ver lo que yo tenía. ¡Mierda! El muy cabrón había conseguido intimidarme y ya no estaba seguro de lo que había hecho. No podía dar paso atrás, así que opté por hacer el juego de manos para pasar la carta a mis dedos sin que nadie lo notase.


Controlando al máximo mis nervios resistí la mirada penetrante de todos los miembros de la mesa, cogí el dinero para igualar la apuesta y en el momento en que volvía mis manos a su posición habitual, intenté el movimiento fugaz para hacerme con la carta. ¡Mieerrrrda! ¡¡No contaba con el sudor de mis dedos!! El movimiento fue demasiado torpe. Todos se dieron cuenta, estaban indignadísimos y dispuestos a hacerme pagar por intentar cometer una de las principales y más viles trampas de este juego.


ÉL toma la posición líder, se levanta de su silla, rodea la mesa y viene en dirección a mí. Su mirada me aterroriza y entro más en pavor cuando me coge del cuello de la camisa. Decididamente iba a golpearme, pero por suerte justo en ese momento entró mi madre a la habitación y nos separó, no sin antes reñirnos a los gritos por estar jugando a un juego de “mafiosos y delincuentes”, según sus palabras. 


Vale, que con 13 años ganarle a tu hermano mayor y sus amigos en estas cosas cuesta mucho. Pero seguro que cuando juguemos con billetes de verdad, y no los del Monopoly, ya me tocará salir victorioso. Por cierto, y sólo para lavar mi imagen, lo del whisky y el humo era sólo parte de mi imaginación
.


4 comentarios:

  1. Claro, tu, a tus juguitos de manzana :)
    Menuda madre justiciera! ;)
    :-*

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  2. Sigues consiguiendo sorprender. De acuerdo con Gemma. Una madre como debe ser, genio y figura. Quedo esperando el próximo relato, me gusta tu forma de escribir.

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  3. ¡Muchas gracias! Yo espero que sigan leyendo mis cosas.

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