16 de junio de 2011

Un día estupendo



Llevo 3 meses en la ciudad y mis ahorros ya han volado como esas asquerosas palomas en la plaza de armas. De todos modos, sabía que no durarían mucho, así que en cuanto llegué me puse a buscar trabajo, en lo que fuera. Eso que llaman crisis aquí está afectando más de lo normal, con lo cual sólo pude conseguir un trabajo de medio tiempo repartiendo pizzas. Justo a tiempo. No tengo moto, obviamente, pero convencí al encargado de que lo mío era la bici. Tuve que gastar lo último que me quedaba en una bicicleta de segunda mano y esperar a que mi suerte cambiara a partir de ese momento.
Cambió, sin duda, pero no sabría decir qué camino tomó.

Ese día, el primero de trabajo, amaneció nublado y llovió durante mucho rato, pero pese a esto mi optimismo estaba fuera de discusión. Empezaría a trabajar y con eso podría pagar mi vida en una ciudad tan cara como esta. No ganaría una millonada, pero al menos podría pagar el alquiler y la comida durante unos cuantos meses, hasta que encontrara un trabajo en lo mío. Así que, con el pecho cargado de ánimo y buena vibra, salí de casa. Había dejado de llover, lo que tomé como una verdadera buena señal. El jefe me recibió bien, con una sonrisa, y me puse de inmediato a sus órdenes. El primer encargo ya estaba por salir del horno: Una deliciosa pizza mediterránea, esa que lleva mozzarella, atún, pimiento verde, pimiento rojo y el toque final de orégano. Mmm, ¡cómo olía! Había comido algo en casa hacía menos de una hora, pero ese olor abría el apetito como por arte de magia. El domicilio del cliente me pareció excesivamente lejos, pero pensé que quizás era una prueba a mi espíritu trabajador. Sin poner mala cara recogí la pizza, la metí en la caja que me habían pasado con el logo de la pizzería y comencé a pedalear.

Nubes amenazantes cubrían el cielo, pero pensé que la suerte estaba de mi lado y que no llovería. ¡No podía llover en mi primer día de trabajo! Llevaba pedaleando unos 20 minutos cuando me di cuenta de que estaba un poco perdido. Revisé la dirección y me ubiqué en el mapa que llevaba conmigo. Efectivamente, había pasado hace unas cuantas calles mi destino, sin darme cuenta. Empecé a retroceder y por seguir el sentido del tránsito me metí por calles con bastante mal aspecto. Mi jefe me había advertido que tenía que cumplir las reglas del tráfico, porque las multas que la policía me pudiera poner las pagaría con mi sueldo. Así que me tuve que detener en ese maldito semáforo en rojo.

Ni bien me había detenido cuando se acercaron 3 chicos con cara de pocos amigos. Me preguntaron con tono irónico de qué era la pizza que llevaba y si tenía algo de dinero que les pudiera dar. Me puse muy nervioso, pero pude darme cuenta que cualquier respuesta era mala: Se llevarían la pizza o el dinero. Intenté entrar en diálogo con ellos, pero fue peor. Se empezaron a reír mientras me rodeaban e intentaban abrir la caja donde venía la pizza. Les comenté que era mi primer día de trabajo y que por favor no me hicieran nada, que no tenía nada de dinero –era verdad- y que no podía volver a la tienda sin el importe de la pizza. Obviamente, no me hicieron caso. Abrieron la caja, sacaron la piza y, no contentos con eso, me pidieron –no con buenas palabras- que me bajase de la bicicleta. Intenté resistirme, pero un pequeño cuchillo en la mano de uno de ellos fue argumento más que suficiente para obedecer sus órdenes. No podía ser verdad… eso no podía estar pasando. No sé de dónde saqué el coraje para comenzar a forcejear con ellos -con los 3- e intenté recuperar mi bici. La discusión y el forcejeo se acaloraron tanto que no tuvieron más opción que empezar a golpearme. Sí, me defendí y en eso golpeé a uno de ellos, pero 6 manos y 6 piernas pudieron contra los míos. Paliza.

Me dejaron tirado en medio de la calle. Sentí que de mi nariz salía un hilo de sangre y que mis costillas me dolían demasiado. A lo lejos los vi caminando felices de la vida, con mi bici, con la deliciosa pizza mediterránea y, lo peor, con mi dignidad.

Empecé a volver hacia la tienda, sospechando la carita que me pondría el jefe al saber lo que había pasado. Sin bici, sin pizza y sin el dinero. Tendría que volver a imprimir currículums para otra vez volver a buscar empleo. El día no podía ser peor, pero cuando estás así de cruzado con la fortuna, siempre te tiene algo guardado para joderte aun más: Empezó a llover otra vez, fuerte como no lo había hecho en todo el día, con truenos y relámpagos incluidos.

Estupendo día, golpeado, mojado, robado y humillado. Mañana será un día mejor. Malditos optimistas. 

4 comentarios:

  1. y si mañana no es un buen dia, pues pasado mañana igual hay que levantarse de la cama y salir a enfrentar la vida creyendo que sera un dia mejor. no soy un maldito optimista pero si alguien que cree en la persistencia. buen relato, saludos

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  2. Ni los optimistas son malditos ni los pesimistas luceros del alba pero seguramente en la vida, el día a día lo llevan mejor los optimistas. La suerte también hay que buscarla y trabajarla. Completamente de acuerdo con Ludobit. Si hoy no ha sido un gran día puede que lo sea mañana.

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  3. Para mi es normal que después de un día como ese el personaje maldiga a los optimistas. Pero claro, cada uno enfrenta la vida como mejor le venga en gana ;)

    Muchísimas gracias por darse la vuelta y leer mis cosas. Y muchísimo más por darse el tiempo de comentarlas. ¡Salud!

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  4. La suerte es azar, uno no se la puede trabajar. Yo nací aquí y es buena suerte si miro Haití, es mala suerte si miro Suecia. Así que sólo queda trabajar duro para mejorar y esperar que no te fastidien demasiado :)

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