8 de julio de 2011

El perro no dijo ni mu



Era un día normal de julio. El calor era insoportable, así que me levanté temprano y en un par de horas tenía toda la casa limpia y ordenada. Sólo me faltaba poner una lavadora y salir a comprar un par de cosas al supermercado, así que, para no esperar el sol de la tarde, decidí ponerme manos a la obra y terminar toda la faena. Después de poner la ropa en la máquina de lavar, cogí el carrito de la compra y bajé a comprar al súper más cercano, que está a unas 2 calles de mi casa.

Bajé y crucé la calle con la intención de atravesar en diagonal la plazoleta que está justo en frente de mi edificio, para hacer el camino más corto y disfrutar también de la sombra de los arbolitos. Precisamente en uno de esos árboles me fijé en un perro que estaba haciendo sus necesidades, feliz de la vida. Me pareció muy parecido al Horacio, el perro de mi vecina. Muchas veces nos hemos encontrado en las escaleras, así que conozco perfectamente al animal. Me pareció extremadamente raro verlo ahí, solo, sin rastro de su dueña. Me acerqué y lo llamé, a ver si se daba por aludido y movía la cola o algo. Efectivamente, el perro escuchó mi voz y comenzó a dar saltitos y a mover el rabo, con lo cual decididamente confirmé que se trataba del famoso Horacio. Le pregunté por qué estaba tan solo y que dónde estaba su dueña, la señora María. Claro, el pobre perro no dijo ni mu.

No supe qué hacer. Fue una de esas situaciones en que la cabeza gira a un montón de kilómetros por minuto pero finalmente no llega a ningún destino. Si lo dejaba ahí sabiendo que era el Horacio y le pasaba algo, lo lamentaría. Pero era tan raro que el animal estuviera ahí sin su dueña que decidí dejarlo y seguir con mi camino al supermercado.

Dándole todavía vueltas al asunto, entré en el almacén y comencé a buscar las cosas que necesitaba. Cuando ya tenía todo listo y estaba camino a ponerme en la fila de la caja para pagar, me crucé con la señora María, mi vecina y la flamante dueña del perro que yo creía haber visto en la plazoleta. Su cara era de absoluta pesadumbre. Tristeza total. Nos saludamos y sin esperar ni un minuto, le comenté la situación. Le dije que en la plaza había visto a un perrito muy parecido al Horacio y que me extrañó mucho no haberla visto cerca. Los colores le volvieron al rostro como por arte de magia y respiró profundamente, transmitiéndome la sensación de completo alivio. Agradeció a un dios –en verdad no sé a qué religión pertenece mi vecina, si solo nos hemos cruzado unas cuantas veces- y dijo que lo estaba pasando muy mal. Me contó que ella iba camino al supermercado cuando de pronto se le cruzó un joven con muy mal aspecto y arrinconándola contra la pared, cogió al perro en sus brazos y se le acercó intimidándola con un lenguaje soez, diciéndole que tendría que elegir entre darle 100 euros o quedarse con el perro. Ante la angustia, ella pensó en entregarle el dinero al chico, pero la verdad era que no tenía suficiente, si apenas llevaba los 20 para hacer la compra. El chico pensó en recibir esos 20, pero pensó que la pobre vieja lo estaba engañando e insistió en los 100. Supongo que para ser consecuente con su acción, el chico decidió coger al perro y desaparecer. Mi vecina se quedó helada y no supo qué hacer, y pasados unos minutos, se dio cuenta que el Horacio ya no aparecería. Casi sin poder respirar y guiada sólo por la inercia, la pobre señora María siguió caminando al súper, donde finalmente me la encontré.

Dejó ahí tirado su carro con las pocas cosas que pensaba comprar y salió corriendo -lo más rápido que podía- para encontrarse con su querida mascota. Yo me alegré de haber sido la fuente de su alivio, pero pensé que esta vez el pobre Horacio no tuvo la suerte de librarse de su dueña. Siendo su vecino me imagino lo que debe vivir cada día el pobre perro. Lo siento, pequeño amigo, pa' otra vez será.

2 comentarios:

  1. Y encima pones ese perrito de mirada triste :(

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  2. Vecino de la Sra. María: Crees que el chucho estaría mejor sin la vieja? A veces las apariencias engañan y no es bueno especular en el vecindario. Por lo que veo el chucho tiene en mucha estima a su dueña y su fidelidad está a prueba de todo. A veces vale más un platito de piernas de pollo asadas y desmenuzadas con amor que el mejor pienso del mundo servido en bandeja de diseño. Y si como vecino estás tan seguro de (...) podrías llegar a un acuerdo y liberar por unas horas al chucho de su Sra. María, llevarlo a pasear, a la peluquería, etc. Seguramente que contigo, Horacio tendría que pasarse muchos ratos solo y la soledad tampoco es buena para los chuchos.
    Uf, menos mal que es un cuento!!!

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