1 de abril de 2011

Gozo justiciero


Me despierto sudando frío. Anoche conseguí conciliar el sueño sólo con la ayuda de pastillas… La excitación por lo hecho era insoportable y, lo peor, es que siento la necesidad de hacerlo una vez más, ahora mismo. Después de todo, parece que nadie se percató del suceso; mi teléfono no ha sonado ni he visto gente que se interese por mí con afán de captura.

Me visto rápido y salgo a la calle. Siento el viento frío en la cara pero me sudan las manos. Intento disimular un poco de autocontrol, no quiero delatarme sólo por el temblor de mi cuerpo. Entro en el metro, segundo vagón según mi costumbre, y comienzo a escoger a mi víctima; la joven universitaria con los zapatos rojos no es de mi interés, la señora sentada a su lado con esas gafas horribles, tampoco. De pronto lo veo, estaba ahí, de pie, leyendo con el ceño fruncido el diario gratuito que ofrecen en la entrada. Es un tipo serio, mayor -unos 65-, peina canas y tiene cara de estar agotado. Quizás merezca mi ataque o, quién sabe, quizás hasta lo espera. Espero con tensa calma hasta que se baja del tren, suerte para mí, en una estación en la que hay poca gente. Bajo después de él, me acerco sigilosamente mientras siento que el palpitar de mi corazón se acelera fuertemente, como si quisiera salírseme del pecho. Al pobre viejo le cuesta caminar, de manera que en un par de segundos me encuentro justo detrás de él, casi respirándole en la oreja. Al fin me decido, no lo pienso más, me armo de valor y le toco la espalda. Él se da vuelta y antes de que pueda intentar nada le cojo la mano y se la aprieto con la dosis justa de cortesía como para dejarlo inmóvil. Sin darle tiempo a nada me apresuro a disparar sin piedad la ráfaga de palabras de grueso calibre, la misma que usé ayer:

“¡Muy buenas señor!, espero que tenga usted un muy buen día”.
El hombre me deja descubrir en sus ojos el mismo pavor que pude ver en los de mi víctima anterior.

Con la satisfacción del deber cumplido, henchido de santo gozo justiciero, lo dejo ahí, exánime, y me retiro rápidamente; después de andar un par de metros me giro a ver si intenta un contraataque, pero la sonrisa en su boca y la relajada expresión de su rostro me indican que lo he dejado malherido.

3 comentarios: