21 de abril de 2011

La única vez



Así, como me ves, siempre me ha ido bien. Desde pequeño he tenido suerte, no me puedo quejar. Claro, las ha habido espectaculares y las ha habido no tanto, pero nunca he pasado hambre. Tú ya me entiendes, se me da bien. Es difícil que alguna se me resista. No sé, sé jugar mis cartas, sé usar las tácticas precisas según la estrategia que convenga adoptar. Eso sí, el comienzo no fue nada fácil.

Cuando tenía 4 o 5 años tuve el primer acercamiento femenino. Todavía no sabía ni hablar correctamente. ¡Puaj! En ese momento, evidentemente, no estaba interesado en otra cosa que en jugar con mis tonterías de niño, pero esa mujercita ya apuntaba maneras de niña grande. Vivía a un par de casas de la que mis padres habían comprado. A los 2 o 3 días de habernos mudado, llegó a visitarnos por primera vez. Mi madre, al verla tan pequeña y simpática, no halló nada mejor que hacerla pasar y presentarnos. Recuerdo que la vi y supe en ese mismo instante que la odiaba. No quería saber nada de ella. Nada. Era una niña gordinflona, con las piernas más cortas de lo normal, casi no tenía dientes y su madre tenía tan pésimo gusto que la peinaba con 2 coletas, con lo que la hacían parecer un dibujo animado mal hecho. No sé si era porque en el barrio no había más niños o qué, pero la niña se empeñó en ir cada día a mi casa durante ese verano. Hablé seriamente con mi madre –todo lo serio que puede hablar un niño de 5 años- y le dije que no quería que dejase entrar a la niña, que me caía mal y que no la soportaba. Mi madre se sonrió y la defendió diciendo que era una niña muy linda, muy simpática y muy alegre. Le dije que no me importaba si era alegre o no; lo único que quería era no verla más.

Cosas del destino –o de los malvados padres, los suyos y los míos-, aquel año la matricularon en el mismo colegio que yo, de manera que me vi obligado a ir cada día con ella a la misma clase en el mismo colegio, además de volver a casa después de cada jornada, con sus padres o los míos. Creía que era una maldición, no podía ser otra cosa. Y ya sabes, en esos juegos de primeros años de escuela en que te hacen bailar, actuar y un montón de cosas más, adivina con quién me tocaba. Sí, esa maldita niña era mi sombra; no me dejaba en paz. Incluso tuve que tomarle las manos y la cintura en un baile folclórico que hicimos. Imagínate. La odiaba, te juro que la odiaba.

Y así fue hasta que, pasados 2 o 3 años, por fin tuve el valor de decirle lo que pensaba. Eché fuera todo lo que llevaba acumulando durante días, semanas, meses y años. Le dije que estaba arruinando mi niñez, que la encontraba fea y gorda y que jamás iba a ser su amigo. Sí, recuerdo que la pobre gordita se puso a llorar enseguida, y no paraba. Creo que la hice sufrir. Recuerdo que ese día fue la penúltima vez que la vi. La última fue cuando iba en el asiento trasero del coche de su padre el día que hicieron la mudanza. Sí, se cambiaron de casa a las pocas semanas de haberle soltado todo mi odio. No sé, no creo que haya sido por eso. ¡Si éramos unos niños!

Después, prohibí a mis padres hablar de ella. Sí, me hicieron caso. Pasó al olvido como por arte de magia. Quizás qué habrá sido de ella. Ojala se haya puesto un poco más guapa o, al menos, más delgada. Sí, ¿te imaginas? Ah, no me acuerdo. Sólo recuerdo que la llamaba Talina o Taolina. Jaja, sí, no te rías, recuerda que ni podía hablar. Espera un momento, que me llaman por el fijo.

- ¿Sí? Sí. Vale, sí, sí, lo tengo. Se lo llevo en un momento. Vale.

Perdona, era mi jefa, que me está pidiendo unas cosas. ¿En qué iba? Ah, sí, esa fue mi única mala experiencia con el sexo opuesto. Jaja, ya ves… ¡mierda!, espera, otra vez el maldito teléfono.

- ¿Sí? Sí. Vale, señora Carolina, se lo llevo enseguida. Perdone. No, no estoy hablando por teléfono. Sí, no se preocupe, ahora voy.

Oye, te dejo, era mi jefa otra vez. Esta mujer parece que me odia. Sí, es como si me hubiese conocido en otra vida y me esté haciendo pagar mis pecados. Está buenísima y sólo por eso la aguanto, pero te juro que me hace la vida imposible. Vale, hablamos otro día, chau.


3 comentarios:

  1. Bien Marciano. Esta vez no me ha sorprendido tanto el final. Quizás un cierto grado de intuición o de sentirme cerca de la jefa Carolina. No sé, algo diferente... A medida que avanzaba en la lectura me identificaba con el personaje femenino. Hay que hacer pagar las humillaciones, tarde o temprano llega el momento de devolver ojo por ojo, diente por diente, si no, vivir en este maldito mundo sería más fácil.

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  2. Todo se devuelve, dicen por ahí. Gracias por seguir leyendo y comentando.

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