14 de abril de 2011

Jugar el juego




Soy de esas cabezas inquietas, juguetonas, que no paran de trabajar aun en esos “tiempos muertos” que todos tenemos en nuestro día a día: cuando sales de tu casa camino a tomar el transporte, mientras viajas en el metro, cuando esperas en la cola de algún banco o mientras subes en el ascensor. Esos momentos, breves instantes, los aprovecho jugando a inventar situaciones, cual guionista de cine. Me fijo en el niño que se cruza conmigo y arrastra su mochila de camino al colegio o en el señor de bigotes que cada mañana está sentado en la misma mesa de la misma cafetería frente a la boca del metro. Me fijo en sus caras, en sus expresiones, en sus posturas corporales y me invento una situación para ellos. Así, en mi cabeza, el niño aquel día tiene un examen de matemáticas y por eso se quedó estudiando hasta tarde, pero no le irá bien porque tiene a su madre enferma y de ahí su cara de preocupación y ensimismamiento. El señor, también en mi imaginación, está divorciado hace poco y tiene una extraña sensación de liberación que lo empuja a buscar nuevas aventuras, que es la razón por la que extiende una mirada pícara a cada señora que se sienta cerca de su mesa. Lo sé, debo equivocarme en el 90% de los hechos que me invento, simplemente me divierte jugar con eso.

Esta mañana, cuando venía camino al trabajo, me fijé en una mujer que iba frente a mí en el metro y decidí hacerla partícipe de mi juego habitual. Era menor que yo, deduje, por su piel morena firme y tersa. Guapa, sí, definitivamente lo era. Preocupada de su apariencia por la combinación de colores en sus ropas y cuidadosa al detalle de cada parte visible de su cuerpo; bien peinada su corta melena, sobrio maquillaje que denota su buen gusto, uñas pintadas a la perfección en un tono extraño de rojo y su mirada altiva, como de modelo posando para una foto. Supuse que había estudiado cada expresión de su rostro frente a un espejo y me acordé de Eli, una amiga que hace lo mismo. Le inventé que iba camino a su trabajo y que en esa bolsa tan grande debía llevar disimuladamente algunos accesorios deportivos para ir, a mediodía, al gimnasio. No supe decir si era extranjera, así que me inventé que podía venir del norte del país y que llevaba viviendo en la ciudad unos 2 o 3 años, porque no tenía necesidad de mirar el mapa para ver en qué estación estábamos. En algunos momentos elevaba su mirada y echaba un vistazo hacia todos lados, como esperando no encontrarse con alguien. Por esto deduje que hace pocos días había peleado con su novio y que no quería encontrárselo en un sitio tan público. Cuando no usaba esa visión periférica, la mujer concentraba su atención en cada una de las personas a las que tenía cerca, entre los que me conté, y nos miraba de pies a cabeza con un movimiento sutil y disimulado de sus oscuros ojos. Eso me sugirió la idea de que la mujer, pese a lo serio de su semblante, también era de mente juguetona y estaba buscando al personaje ideal para sus fantasías. Me sonreí pensando en que me podía escoger, pero sentí un gran sonrojo cuando noté que se quedó mirándome fijamente.

Levanté la mirada y vi sus ojos directamente enfrentados con los míos, aunque la expresión penetrante de su rostro hizo que yo la bajase rápidamente. Tuve esa sensación incómoda que la mayoría de nosotros experimentamos cuando somos observados. Tragué saliva y me sentí por primera vez como uno de los actores con los que me gusta jugar, pero en este caso la obra era dirigida por otro.

Llegando a la penúltima estación de mi viaje, la mujer decidió transformarse en personaje activo de la escena y se me acercó lentamente con una coqueta sonrisa. Los nervios se apoderaron de mí, pero al verme sin escapatoria no tuve otra opción que levantar la vista y devolverle tímidamente la mueca de cortesía. Lo que definitivamente no esperaba era que me abrazase con una esforzada actitud cariñosa, movimiento que me dejó quieto, congelado y con los ojos tan grandes que casi se me salen de las órbitas. Debo admitir, también, que el dulce olor de su perfume tuvo un efecto placentero e hipnotizador.

Los 2 o 3 segundos que duró su abrazo fueron como 2 o 3 horas para mí, pero me tranquilicé cuando la sentí despegarse de mi cuerpo, justo en el momento en que las puertas se abrían. El siguiente movimiento se tradujo en su rápido descenso del vagón. Me giré a ver si me devolvía la mirada, pero lo único que vi fue su menudo cuerpo perdiéndose entre tantos otros que subían por la escalera mecánica. El instante de contracción muscular que produjo su abrazo me duró un par de segundos más, concretamente hasta que se cerraron las puertas y el tren reinició su viaje. No fue hasta que me bajé, en la siguiente estación, que noté que me faltaba algo. La mujer, jugadora experta en juegos que desconozco, me había ganado la partida.

7 comentarios:

  1. Jugando con las debilidades de (ciertas) personas (hombres) ;)

    :-***

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  2. Por fin! Estava impaciente por leer el relato semanal. He tenido la tentación de empezar a leerlo por la mitad y así ver cual era el final sorpresa, pero me lo he pensado bien y lo he leído tal y como debe ser. Estupendo el cuentito. A medida que iba leyendo pensava: Otro Gozo Justiciero en versión femenina! Una narrativa magnifica y veo que tus seguidores te vamos poniendo el listón muy alto, pero tu puedes. Hasta el próximo!

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  3. Jeje, yo también pensaba que era una sexy justiciera y mira con lo que salió!!
    Esperando ya el siguiente! :)

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  4. Ahhhh lo del espejo, la mejor parte!!!, jajajaja. También me recordó a alguien.
    Pero sólo un poquito ehhh!!! ;)

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  5. Otra devota lectora encantada con estas entregas semanales!!! Excelente!!!

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  6. Moltes grácies. Referencia a nuestras amigas del metro línea roja, aunque quizás ellas sean menos guapas y menos cariñosas; referencia a las debilidades de mi género; referencia a una amiga con lo del espejo ;) y autoreferencia con lo de jugar a inventarse situaciones. Una mica de tot :) Gracias otra vez, hasta la próxima.

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  7. Si fueran guapas y cariñosas el negocio les iría mucho mejor... XD

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